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París, el lugar de la cita con la historia

El Real Madrid luchará por conquistar su decimocuarta Copa de Europa ante el Liverpool, este sábado, en el Stade de France. El equipo de Ancelotti está a 90 minutos (o 120) de volver a hacer historia. El lugar, la ciudad del amor, París.

Corría la primavera del año 1981, y París, como esta misma edición de La Liga de Campeones, fue la sede de la Copa de Europa que enfrentó a dos gigantes del continente europeo y mundial, el Real Madrid y el Liverpool. El Real, que no jugaba una final como aquella desde 1966, había perdido a don Santiago Bernabéu tres años antes. El conjunto de Chamartín, en aquel partido, salió derrotado por un Liverpool que era muy difícil de batir, una máquina de ganar, casi imposible de hacerle frente. Yo no lo viví, pero desde entonces, me pregunto cómo debe ser perder una final de la Copa de Europa.

No quiero saberlo, pero me lo imagino. Debe ser como que te rocíen de plomo a quemarropa, como si tuvieras esa agonía de supervivencia para salir airoso de un problema grave, como sobrevivir. El fin del mundo. Hay madridistas cuya vida ha sido una sucesión de finales de la Copa de Europa, chavales que creen que el poder llegar a este partido y lograr jugar una final, es lo más normal del mundo. Niños para quienes la mediocridad, el anhelo y la lamentación por el pasado, son cosa de ciencia-ficción. Para quien sólo vive con los ojos en la gloria eterna, alcanzarla es la razón de la existencia, y perderla, una ruina de la que cuesta años levantarse.

La final es un partido fuera de las leyes del tiempo y del espacio, un partido que vive para siempre en una dimensión cuya energía es la memoria de todos los que lo recordamos una y otra vez. La final es el territorio de los sueños. Una final sólo se disfruta cuando pita el árbitro el final y se han espantado todos los demonios. Una final es esa pesadilla en la que sueñas que el cabezazo de Ramos en Lisboa da en el palo y sale fuera. Una agonía y un éxtasis, esquelas en mármol alrededor de las cuales uno va ordenando su vida y el paso del tiempo. Perderla es inconcebible, es peor que no jugarla, es peor que morirse.

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Desde entonces, el Real Madrid ha jugado el partido de todos los partidos, así hasta tener 13 Champions en su palmarés. Toda las veces con el mismo resultado: la victoria, la eternidad. En París, el Madrid, con L’Equipe, fundó esa competición y ganó la primera. En París perdió la última vez y a París regresó para conquistar La Octava contra el Valencia. A París vuelve ahora a matar un fantasma rojo de hace 41 años.

Historia que tú hiciste…historia por hacer

El Real Madrid – Liverpool es el partido más veces disputado en una final de la Copa de Europa, el clásico de las finales. Diecinueve orejonas, una detrás de otra, puestas sobre el tapete verde del barrio de Saint-Dennis: 19 de 65 títulos jugados, el 30% de todas las Copas de Europa. El Real Madrid puede doblar a su inmediato perseguidor, el Milan, y el Liverpool puede ponerse a la altura del coloso lombardo en ruinas. Es una final histórica en plena era del petro-fútbol. El partido más importante del año lo juegan dos campeones de la tradición. Hay un pero: el Liverpool no es propiedad de un jeque, pero sí de un holding norteamericano, siendo otro representante más de ese fútbol pervertido por el dinero. En París se van a medir un club que sigue siendo de sus socios y una inversión internacional de Fenway Sports Group, cuyo patrimonio asciende hasta los siete billones americanos.

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Es un choque cultural. El Madrid es el príncipe de un mundo en extinción, el baluarte aún en pie del mundo de ayer. Ese sentimiento de cruzada lo ha acompañado a lo largo de su tremendo camino hacia la final. A París vuela como voló a Amsterdam hace 24 años: con el pecho descubierto, como el Quijote cabalgando con la lanza en astillero, directa hacia los molinos de viento. El Liverpool es como aquella Juventus. Un equipazo, una máquina total y perfecta, una bestia imbatible que juega a otra cosa, a otro fútbol, al fútbol del futuro, mientras que el Madrid, sin orden ni concierto, sin «ortodoxia» como gritaba Carlos Martínez en Movistar a la vez que cantaba el segundo gol de Rodrygo al Manchester City, juega al fútbol del pasado. En el Stade de France, el Madrid embiste de nuevo a la modernidad que pretende explicar la vida y el fútbol, como si el mundo fuese un laboratorio esterilizado.

El Madrid lidiará a un miura experimentado y sabio, además de fuerte

Ahora se enfrentan en París dos equipos campeones. Hay una diferencia notable entre los equipos que han probado la sangre y los que no, como la que hay entre los toros que han sido lidiados y conocen al hombre, y los que salen por primera vez a una plaza. El Madrid toreó en Kiev a un equipo bravo pero novato, En París lidiará  a un miura experimentado y sabio, además de fuerte. Pero aquí no hay matemáticas, en el fútbol no existen las fórmulas perfectas. El fútbol es caos e imprevisión, surrealismo y magia. En París fue donde se desdibujaron los límites entre la realidad y la fantasía a principios del siglo, donde las vanguardias destruyeron los códigos antiguos del arte occidental y reescribieron de nuevo las cosas.

París es un eterno retorno y el Madrid lo lleva en la piel. Allí devoró el siglo XX y allí abrió el XXI con un 3-0 al Valencia. De generaciones en generaciones, una pasión y un sentimiento que solo se siente, como lo sintieron los más mayores en su día, no en vano, ellos estuvieron siempre al otro lado del tiempo, como el Real Madrid.

Imagen vía: @realmadrid

Por Damián Castilla Olivero

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