Évergiste Habihirwe, de etnia tutsi, fue perseguido por sus compañeros de equipo, que quisieron asesinarle durante el genocidio de Ruanda.
Era la estrella del Bugesera Sports, pero ya no quiere saber nada del fútbol. Acudió en busca de refugio a la morada del mejor de sus colegas del equipo, pero llegó en el preciso instante para corroborar que era una idea nefasta. Huyó por la selva y se escondió en los lugares más recónditos, robando la comida que podía y escuchando las amenazas de sus compañeros de vestuario, que ansiaban aniquilarle.
Contexto histórico: durante los meses de abril y julio de 1994, en Ruanda se produjo la mayor masacre de la historia de la humanidad (por la gran cantidad de aniquilaciones en tan corto periodo de tiempo). Los ruandeses de la etnia hutu acribillaron a más de 800.000 tutsis en apenas 100 días. Esta cantidad era equivalente al 80% de toda la raza tutsi. Los hutus denominaban, con furia y odio, «cucarachas» a los miembros de la otra raza predominante en el país africano.
Esta es la historia de Évergiste Habihirwe, delantero ruandés, con una zurda prodigiosa y una destreza innegable de cara al gol. Semanas antes del comienzo del genocidio, se divertía en los terrenos de juego con sus compatriotas. Aunque le reconoció al escritor Jean Hatzfeld (así lo recopila en su libro Una temporada de machetes) que el ambiente estaba algo enrarecido, jamás se imaginó que iba a tener que lidiar con un escenario de supervivencia. Que tendría que huir de sus propios amigos.
Pero así fue. Los integrantes hutus del Bugesera Sports, su equipo, le buscaban para matarle. Gente cercana, con quien tantos buenos ratos había invertido, ahora querían aniquilarle. Y él les temía, claro que lo hacía, porque sabía que “los jugadores eran los más tenaces en rajar a los otros jugadores. Llevaban en el corazón la ferocidad del balón”.
Se dio cuenta cuando, en la primera mañana de matanzas, trató de hallar refugio en el domicilio de Ndayisaba, compañero de equipo con quien mantenía una maravillosa relación. Cuando llegó a su vivienda, sin embargo, se topó con una imagen que le impactó y que, a la vez, le salvó la vida. Su candidato a salvador sujetaba un machete con su mano y a sus pies yacían los cuerpos inertes y rajados de dos niños.
No se lo pensó dos veces y echó a correr. Esta vez, le tocó esprintar por el verde de la selva y las praderas en lugar de por el verde del terreno de juego. “Fui corriendo por la selva con mis piernas de jugador. De día, me enterraba entre el sorgo; de noche, iba a robar a las tierras buscando mandioca”, confiesa el propio Évergiste Habihirwe.
Y es que, precisamente, sufrió el acecho de sus colegas del Bugesera Sports, quienes vociferaban, sumergidos en su horrible locura:
Évergiste, hemos estado separando los montones de cadáveres y todavía no nos ha llamado la atención tu cara de cucaracha. Ya te encontraremos, ya. Trabajaremos de noche, si hace falta, pero ya daremos contigo.
De hecho, ni siquiera pudo confiar en todos los tutsis del equipo. El lateral izquierdo titular, con el 6 a la espalda y con el mote de Mushimana, denunció a vecinos suyos tutsis, desveló escondrijos y orientó a cuadrillas de caza de los asesinos con la esperanza de que entregar a sus paisanos étnicos le iba a salvar la vida. El desenlace no casó con su fe y encontraron su cuerpo desfallecido en mitad del camino. Los hutus a los que tantas víctimas había entregado no tuvieron ni el pequeño detalle de acomodar su cadáver en la cuneta.
Al final, Évergiste Habihirwe logró escabullirse de ellos como tantas veces había hecho de los zagueros rivales. Le perdieron la marca y su olfato goleador le permitió anotar el más relevante de los tantos de su trayectoria: la supervivencia.
Imagen principal vía: Twitter @periodistan_
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