Dicen que el mejor remedio para un dolor de cabeza es un buen güisqui escocés y más si este tiene de nombre Drew McIntyre.
El que fue «elegido» personalmente por Vince McMahon consiguió imponerse a 29 luchadores y hacerse con una lucha titular en Wrestlemania tras quedar como último hombre en pie en el Royal Rumble masculino. Ayer se completó el renacer de Drew.
Su primera etapa en la empresa de lucha libre no fue lo que se esperaba – pasó de ser el futuro del wrestling a un rockero con pintas raras que perdía cada vez que luchaba – y aunque volvió en 2017 con una mejoría física, un buen personaje construido y el apoyo de los fans no sirvió de nada, ya que su momento nunca parecía llegar.
Sin embargo, durante estos últimos meses, la empresa de los McMahon ha ido vendiendo a un luchador indestructible y fuerte en el cuadrilátero que derribaba con su claymore a todo aquel que tuviese la valentía de enfrentarle. ¿Serviría de algo toda esta gestión o volvería a ser un oasis en pleno desierto? Estas preguntas se resolverían en la batalla real más importante del año.
Entrando con el número 16 lo primero que hizo el escocés fue eliminar al campeón de la WWE Brock Lesnar, quien había eliminado a trece oponentes de forma consecutiva y sin apenas resistencia. Este momento fue el que hizo que Drew se convirtiera en la superestrella de la noche que más tiempo aguantó sobre el ring, desencadenando una victoria épica y contra todo pronóstico.
Al oír la campana que le coronaba campeón, McIntyre echó a llorar en medio de la lona y sintió que finalmente se había hecho justicia y que sus «sueños rotos» se habían hecho realidad de una vez por todas.
Por: Miguel Mch.
Imagen principal: WWE
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