Hace dos años vimos el 4-4-2. El año pasado, el 4-3-3. Este año le toca al nuevo esquema de Ernesto Valverde: el 3-1-6. Suena a chiste, pero no.
Sabemos que el Barça está pasando por su peor momento de juego desde hace diez años, pero Valverde es tan sumamente «único» que consigue sorprendernos con cada nuevo partido. El martes pasado vimos un apetecible Barça vs. Slavia de Praga, típico partido que acababa en goleada hace tres años. No es por subestimar al conjunto checo, pero siempre (o casi siempre) veíamos exhibiciones de buen fútbol cuando la cenicienta del grupo visitaba el Camp Nou. Pero no, eso ya no pasa en can Barça. Ahora vemos como el equipo con la masa salarial más alta del mundo juega condicionado por un equipo checo.
Los culés nos dispusimos a ver el partido con cierto entusiasmo, dado que Dembélé volvía a un XI inicial un mes después, jugaba De Jong (un faro apagado entre tanta luz) y no jugaba Luis Suárez (lesionado). Personalmente, en cuanto vi la alineación me quedé perplejo; pensé: «Hoy es el día. Hoy tiene que cambiar algo». Pobre iluso de mí.

Minuto 10 y ya me encontraba desesperado. De entre todos los esperpentos que ha hecho Valverde desde que es entrenador del Barça, el de ayer va a ser difícil de olvidarlo. Te viene el Slavia de Praga y te pone la defensa a diez metros de la línea de medio campo. ¿Qué haces? Pues poner seis jugadores en línea paralelos a la defensa del conjunto checo. Uno puede preguntarse: ¿Es esto real? Pues sí, real como la vida misma. Una defensa de tres con Piqué, Lenglet y De Jong/Busquets (variaba dependiendo del minuto sin razón alguna), un mediocentro que no podía hacer absolutamente nada (Busquets o De Jong, dependiendo de cuál de los debía actuar de tercer central) y seis jugadores en ataque: Semedo, Jordi Alba, Vidal, Griezmann, Messi y Dembélé. Lo dicho, un esperpento de proporciones bíblicas.
Cuando un equipo decide ser tan temerario como el Slavia, lo lógico es que busques la espalda constantemente, pero claro, si tienes a los laterales a un metro del extremo, está complicado. Semedo y Dembélé fueron capaces de hilvanar un par de jugadas muy logradas, pero la dupla Alba-Griezmann no fue capaz de combinar en ningún momento; Vidal estaba por ahí, haciendo lo que pudiese (al menos le metía intensidad); y luego está Messi, que es indudable de que tiene capacidad para irse de siete defensas si quiere, pero si tienes solo a Griezmann, pues deberías dársela, no preferir perderla.
Es evidente que a Messi le pasa algo con Griezmann. Dudo si prefiere no pasársela como venganza por haber impedido (en gran parte) el fichaje de su amigo Neymar o porque teme que si el francés se enchufa le pueda quitar el puesto a su otro amigo, el uruguayo. Lo que parece claro es que, por alguna razón más que evidente, Messi prefiere anteponer los intereses de su grupo de amigos que los del Barça. Es lo que tiene cuando tu entrenador es un Valverde y no un Guardiola/Luis Enrique.

Pues eso, seis delanteros a los que les llegaba una pelota si sucedía alguna cosa extraña, porque apenas les llegó nada. Como es normal, el Barça apenas logró inquietar la portería rival y acabó empatando el partido a 0; recordemos que hacía seis años que no conseguía marcar gol en su casa en Champions (desde la vuelta contra el Bayern de Múnich en la 12/13. Un nuevo dato para el inexistente Barça de Valverde.
Podría explayarme hablando de los pitos a Dembélé o de los artículos que le dedica cierto medio de comunicación de cuestionable reputación, pero mejor lo dejo aquí. Este artículo intenta transmitir una pizca de ironía porque no encuentro una manera mejor de explicar la situación que estamos viviendo los culés. Esto debió cambiar hace mucho, y así estamos ahora, deseando que se acabe la temporada para que se vaya, por fin, Ernesto Valverde del Fútbol Club Barcelona (o lo que queda de él).
Imagen principal: FCBarcelona.
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