Filosofía como medicina del exceso de tolerancia a una sociedad que invita a la incertidumbre
Ayer se cumplieron 74 años del día que se proclamó la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Esta medida fue impulsada como forma de prevenir otra hecatombe bélica como fue la II Guerra Mundial. Entre muchas otras causas, dicho conflicto bélico se afianzó gracias a la tolerancia al nazismo que se acabó convirtiendo en «muerte a la vida».
Esta carta que designa muchas de las necesidades del género humano por el hecho de ser persona está grabada en cada una de las noticias que conmueven al mundo. En la misma medida, existen voces que claman a la libertad de expresión independientemente de los ideales defendidos.
Ante esta tesitura, es necesaria la llamada al «amor a la sabiduría» o a la Filosofía. Esta rama del conocimiento ha adquirido un mayor valor en los millennials emergentes debido al auge del fenómeno Merlí. De este modo, se ha iniciado un enorme afán por hacerse preguntas que permitan salir airosos de la Caverna Platónica a las que quieren mantenernos presos.
Al fin y al cabo, la continua pregunta incita a la permanente mejora de la sociedad establecida. Sin embargo, nos encontramos en tiempos convulsos en los que la sumisión consentida está carcomiendo lo que tenemos cosechado.
Entre muchas de las grandes preocupaciones, podemos reflexionar sobre es un mundo justo y libre permite contradicciones como permitir la vía verde de ideologías que se abrazan al odio y a la violencia. Puede haber múltiples respuestas. No obstante, este paradigma necesita ser resuelto mediante el magisterio de alguno de los filósofos que pasaron a la historia: el intelectual austriaco Karl Pooper.
Una de sus grandes obras maestras se denomina La Sociedad Abierta y sus enemigos. Esta publicación tiene marcada a fuego la siguiente frase que es patrimonio de nuestra Humanidad: «la tolerancia ilimitada debe conducir a la desaparición de la tolerancia… Tenemos por tanto que reclamar, en nombre de la tolerancia, el derecho a no tolerar la intolerancia».
Cómo podéis comprobar, se trata de una cita redundante en su sentido retórico y contradictoria si nos abrazamos a una semántica restrictiva. Sin embargo, existe otra expresión que plasma la importancia del perfecto ejercicio de la dialéctica para dejar en ridículo ciertas posturas intolerantes. «Que siempre debamos impedir la expresión de concepciones filosóficas intolerantes: mientras podamos contrarrestarlas.
Ante esta macedonia de contradicciones, ¿qué podemos sacar en clave? La libertad de pensamiento resulta imposible de erradicar. Al fin y al cabo, somos animales racionales, adjetivo de doble filo. Se nos puede coartar las alas para realizar la acción X o Y,
Sin embargo, nuestras entrañas siempre producen un pensamiento como fruto de nuestra contemplación al mundo que no podemos evitar. Se trata de un instinto primario que no podemos evitar. Pensar es un verbo que realiza acciones tan instintivas como respirar.
Eso sí, los ciudadanos tienen el deber de evitar la puesta en práctica de ciertas ideas. Y ojo, este es el momento en el que se deja atrás la libertad de pensamiento para traspasar un umbral que no permite la libertad de expresión.
El concepto de libertad es puesto en escena presuponiendo un código ético de respeto que debe ser infranqueable. En otras palabras, no puedes utilizar el nombre de este maravilloso sustantivo común y abstracto en vano. Desgraciadamente, «héroes» patrióticos, «hombres de paz» abrazados al terrorismo y «desintegradores» de territorios están poniendo voz a la violencia vuelven a manchar algunos de los conceptos más preciados.
Por lo tanto, como recordario de este 74º de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, es necesario hacer una llamada para realizar un ejercicio de reflexión que invite a venerar todas aquellas bazofias merecedoras de desterramiento para cumplir con la idea tolerante de Karl Popper.
Imagen vía principal: Getty Images
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