Artículo de opinión sobre la situación que ha generado Liberty Media durante sus años al mando de la categoría.
La llegada de Liberty Media a la Fórmula 1 ha supuesto una revolución en un espectáculo sometido a las garras y truquitos de del mundo de los negocios, ya que las ansias de innovación por parte de hombres de competición como son Ross Brawn en condición de director deportivo y Stefano Domenicali, como nuevo CEO del grupo empresarial dueño de la competición.
Su marketing fue mejorado a niveles satisfactorios con la presencia de nuevos logos, nuevo himno al ritmo de la trepidante, monoplazas más rápidos, más atractivos y dotados de mayor de sonido y, por supuesto, una parrilla a la altura del Dream Team de Barcelona 92. Un campeón como Lewis Hamilton, dos leyendas incombustibles como Fernando Alonso, Sebastian Vettel y Kimi Räikkonen, promesas gozantes de veteranía lideradas por Max Verstappen, Charles Leclerc o Carlos Sainz, el imperio sonrisas de Lando Norris y Daniel Ricciardo y diamantes en brutos como Yuki Tsunoda, George Russell o Mick Schumacher, sin olvidar a un piloto de pago eminentemente rentable como Sergio Pérez hacen soñar con una década de 2020 llena de momentos épicos.
Los protagonistas tienen papeles suficientes para regar la inspiración del guionista Steven Spielberg, pero este proceso de reconstrucción no ha llegado todavía a la recuperación de escenarios dignos de Hollywood y corriendo el sensible riesgo de quedar regazados en otros más cercanos a los ambientes de promoción. Al fin y al cabo, la marcha de Honda a finales de 2021 deja solamente a tres constructores manejando los hilos de los protagonistas, la arrolladora Mercedes, la legendaria Ferrari y la eterna aspirante, Renault.
Es cierto que ambas marcas han mostrado una sublime adaptación a las faraónicas exigencias de la Fórmula 1 durante los años sucesivos, pero su falta de competencia denota una monopolización que atenta contra todo afán innovador que ha caracterizado tanto a esta categoría del Motorsport. Cabe recordar que esta competición ocupa la cima de la innovación en la industria automovilística, cuyos pilotos acaban siendo meros conejillos de indias ante la diversidad de ideas «ingeniosas».
Nada más lejos de la realidad, las normativas vigentes durante los primeros años del periplo de Liberty Media hacen un homenaje a la clonación, secuestrando la diversidad de ideas. Puede suponer el apagamiento del fuego con gasolina ciñéndonos al vicio cortoplacista, pero pretende utilizar el carácter inmovilista de determinadas reglas para salvaguardar los cimientos que componen la Fórmula 1 de principios de la década de los años 2020.
Haber mantenido a Renault, posterior Alpine, el cambio de propietario de la familia Williams para salvar a una escudería histórica, la entrada de Aston Martin como equipo propio al heredar la nomenclatura de Racing Point, la consolidación de Haas y Alfa Romeo como filiales de Ferrari y una posible venta de la intelectualidad de los motores Honda a Red Bull son un canto hacia la estabilidad, estación de peaje para pasar de la decadencia hacia la expansión que otorga un gran punto de partida, pero que exige su marcha con la mayor rapidez para no naufragar en la complicada nada.
Además, BMW y Audi han abandonado su proyecto en la Fórmula E, demostrando que no todo es oro lo que reluce en la categoría destinada a desbancar a la Fórmula 1 por su afán de abrazar a las energías limpias a la hora de definir su estilo de competición. Por tanto, queda demostrando que «ni los buenos son tan buenos», «ni los malos son tan malos», ya que el tiempo acaba poniendo a cada uno en su sitio a base de degollar mitos o de reforzar verdades reestablecidas. Veremos las sentencias que acaba lanzando el deseado 2021.
Fuente de la imagen: @F1.
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