Artículo de opinión sobre cómo la concentración fueron el factor que permitió la prolongación de las dinastías de Michael Schumacher y Lewis Hamilton.
El CEO de Aston Martin, Otmar Szafnauer, ha catalogado a Sebastian Vettel como una gran apuesta para que el equipo británico pueda dar el salto a la lucha por las victorias en igualdad de condiciones con los gallos de la categoría dispuestos a desbancar del trono a Mercedes. Como los momentos de crisis hacen personas fuertes, el proyecto Renault se ha convertido en Alpine de la mano de un veterano Fernando Alonso para ganar, Ferrari ha visto como su cantera y la experiencia de Carlos Sainz le puede ayudar a volver a saborear la gloria, al igual que Red Bull pretende hacer lo propio, pero con un consagrado Max Verstappen y un inesperado Sergio Pérez.
Veteranos y noveles acuden a acechar el trono deseado gracias al talento y a la ambición de sus proyectos deportivos como avales para obtener el propósito. Sin embargo, además de la fortuna en determinados momentos, la capacidad de concentración acaba suponiendo un factor que te permite ser aceptado dentro de la selección natural impuesta por Darwin, porque además de sobrevivir el más fuerte, sobrevive el piloto con mayor sangre fría, haciendo un teatro enfocado en un personaje lleno de parsimonia.
Sebastian Vettel no superó el corte del científico británico en las temporadas 2017 y 2018 por errores de bulto en forma de trompos y salidas de pista que le acabaron condenando a servirle el título en bandeja de plata a Lewis Hamilton. De este modo, no se vieron cumplidas las expectativas del prometedor proyecto de Ferrari impulsado por un eficaz Mauricio Arrivabene que veía a Sebastian Vettel como un sucesor de la leyenda germana en la marca trasalpina.
Como la Historia se empeña en trazar la misma ruta, el alemán no fue el único piloto que acabó siendo su propio verdugo por cometer atípicos para un piloto de su pilotaje, precisamente cuando los focos no dejaban de señalarlo como el elegido para romper una hegemonía. Juan Pablo Montoya tuvo el mismo rol cuando aterrizó a la Fórmula 1 allá por el año 2001 gracias a la fijación de Williams BMW en su talento.
Un piloto latino que había demostrado un desparpajo enorme en la Champ Car (posterior IndyCar) y, posteriormente, capacidad para luchar de tú a tú contra el Kaiser durante sus primeras temporadas en Fórmula 1, 2001 y 2002, años en los que Ferrari vencía sin despeinarse y el proyecto Williams BMW estaba creciendo a pasos ligeros hacían entrever una lucha encarnizada en el 2003 entre Montoya y Michael, pero con el permiso de Kimi Räikkönen que contaba con un McLaren realizado bajo el sello de Adrian Newey.
Ambas marcas dominaron el Mundial con mano de hierro, alternándose las victorias en función de la afinidad de los monoplazas con las pistas, ya que aunque Michael Schumacher fue el piloto que más victorias logró, las alternancias de resultados junto al papel de Renault como gran actor secundario permitió que el alemán, el finés y el colombiano se jugaran el Mundial durante el último tercio de Campeonato.
En aquel momento, BMW contaba con los mayores caballos de potencia durante la segunda mitad del Campeonato y los resultados le alababan. Ralf Schumacher y él encadenaron cuatro victorias de cinco pruebas disputadas durante aquel verano. El hermanísimo venció en Nürburgring y Francia, mientras que Montoya hizo lo propio en Hockenheim en una exhibición de poderío y se llevó un meritorio segundo puesto en el caótico Gran Premio de Gran Bretaña vencido por Rubens Barrichello.
A pesar del potencial, la alianza anglo germana vio cómo el Campeonato del Mundo acabó arrojado por el retrete durante el tercio decisivo. Es cierto que la mecánica traicionó a Montoya en Japón cuando era líder y el de Bogotá tuvo que conformarse con la tercera plaza en Hungría y la segunda en Italia por los dominios de Fernando Alonso y Michael Schumacher respectivamente. Pero el principal detonante fue la bochornosa actuación de Juan Pablo en el óvalo de Indianápolis, que pasó de ser el trazado que le vio darse a conocer en la Fórmula 1 a culminar el libro de sus momentos de oscuridad. Una salida de pista y un accidente con Barrichello supuso un stop and go para él y una sexta plaza final que le apartó de la lucha por el entorchado.
Aquella actuación dejó entrever como la impulsividad ganaba a su raciocinio en momentos de mayor tensión, pero no fue el único error de aquella temporada. En la cita inaugural disputada en tierras australianas, lideraba la carrera tras una jornada aciaga para Ferrari y cuando tenía la victoria en el bolsillo, cometió un trompo que le relegó a la tercera plaza final. Por el contrario, pero de forma similar al obtener la misma plaza, tenía la segunda plaza de parrilla en el Gran Premio de Canadá, pero un trompo en los compases iniciales le llevaron al cuarto plazo en una carrera dónde tenían un material ligeramente superior al del ganador, Michael Schumacher.
Aquellas pequeñas anécdotas son una muestra de la importancia de tratar cada punto otorgado de la prueba como si fuera el último, justamente lo que le dijo Toni Nadal a su sobrino Rafa Nadal antes de jugar uno de sus enésimos partidos contra Roger Federer. Y muchas veces esa actitud no se basa en intensidad, si no en saber canalizarla.
Fuente de la imagen: Wikipedia Commons
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