Su carrera futbolística se desmoronaba cuando apenas estaba comenzando y por su cabeza corretearon pensamientos que a punto estuvieron de socavarle, pero optó por irse a jugar a Nicaragua y esa decisión fue el clavito que estabilizó a Pablito.
Era un día cualquiera de la vida de Pablo Gállego. Tras haberse formado en las canteras de Real Zaragoza y SD Huesca, había pasado por algunos equipos del fútbol modesto español. Era 2016, tenía 22 años y jugaba en CD Lealtad de Villaviciosa. Entrenaban por la mañana y aquel había sido un entreno de lo más normal. Sin embargo, cuando salió del vestuario y chequeó su teléfono, le entraron unos sudores fríos que todavía hoy, seis años después, puede sentir.
“No lo olvidaré nunca. Salía de entrenar a las 10:30h en Villaviciosa y me llegó el contrato para firmar con el AE Larisa”. Pablo, en cuya familia no brota la pasión futbolera tan habitual en la geografía española, no se lo podía creer. Reenvió el mensaje a su madre y obtuvo una respuesta que aún hoy recuerda con una sonrisilla: “no te estarán engañando, ¿no?”.
No, no le estaban engañando. El joven oscense estaba a punto de cumplir un sueño que ni siquiera sabía que tenía. Su ambición no superaba el umbral de la Tercera División. “Me acuerdo de una conversación que tuve con un maestro de Educación Física con 14 años, Fernando Nasarre. Me llamó a una tutoría y me dijo que él llevaba muchos años en la escuela y no había visto a nadie con mis cualidades futbolísticas. Me preguntó que cuáles eran mis aspiraciones y yo respondí ‘no sé, jugar en Tercera’. No tenía muchas referencias porque en Huesca es difícil ver a un jugador que llegue a la élite”.
Dándole la razón a su maestro, firmó el contrato sin pensárselo dos veces y viajó a Grecia para jugar con el AE Larisa a principios de 2017. El club heleno había ascendido aquel mismo año a la Superliga, así que Pablo Gállego pasó de jugar de la 2ªB española a la más ostentosa liga de Grecia.
Y no podía haber comenzado mejor. Anotó y fue MVP en su primer partido. Estaba disfrutando en esta nueva experiencia. Sin embargo, no tardaría en truncarse su bienestar. Un conflicto burocrático entre la SD Huesca y el AE Larisa por sus derechos de formación provocó el final inesperado de la aventura griega. “Tuve que volver a España y entrenar con equipos de Preferente. Me costó mi salud mental y pensé que no iba a volver a disfrutar del fútbol”.
De nuevo, una oferta internacional iba a marcar otro cambio de rumbo en su vida. Esta vez, tomó el tren acertado: el Tren del Norte, como se apoda el que fue su nuevo club, el Real Estelí nicaragüense. Desde entonces, todo fue a mejor. Y, pese a que también ha tenido otras experiencias en otros países -como Islandia, Albania o Eslovaquia-, en Nicaragua es donde ha hallado esa paz mental de la que tanto se alejó años atrás.
Su apego emocional con el país centroamericano es tan notable que, de hecho, se ha internacionalizado y ya ha debutado y marcado con la selección nacional de Nicaragua. Del 2019 al 2021 jugó en Managua FC, levantó una copa con el club capitalino y en verano de 2022 volvió al Real Estelí, el conjunto más grande e histórico del país junto con Diriangén, y recientemente ha ganado la Liga Apertura. Hace apenas unos días, tomó la decisión de vivir una nueva aventura lejos del país centroamericano. Esta vez, en Hong Kong, vistiendo la zamarra del Resources Capital FC.
Sueños imprevistos de morriña
Cuando Pablo Gállego ya había asumido que no podría cumplir su sueño, una llamada de última hora lo cambió todo.
Era una mañana del pasado mes de octubre. El Mundial acechaba y todo giraba en torno a él. Las selecciones participantes ultimaban sus últimas pruebas amistosas antes de hacer frente al más popular de los torneos de selecciones. Catar, la anfitriona, tenía programado un choque ante Nicaragua en tierras españolas. Concretamente, en Marbella.
Pablo Gállego no formaba parte de los seleccionados por Marco Antonio Figueroa para el choque. Su sueño de poder jugar con Nicaragua en España, su país de nacimiento, se vio lastrado. Sin embargo, el destino tenía algo preparado para él.
La señal llegó en forma de llamada. Pablo salía exhausto, “con ganas de dormir dos días enteros”, del entrenamiento con su equipo, el Real Estelí, cuando su móvil empezó a sonar y escuchó, al otro lado, la voz del seleccionador. Abner Acuña se había lesionado y él iba a ser su sustituto.
Se olvidó de los gritos de socorro de su cuerpo solicitando un descanso prolongado, se hizo tres horas de trayecto en coche y por la tarde ya estaba entrenando con sus compañeros de selección.
Ya había debutado con la Azul y Blanco, es cierto, pero desde el momento en el que se internacionalizó con el país centroamericano, en su cabeza se instaló el capricho de poder jugar en España, con su nuevo país, pero cerca de los suyos.
El partido finalmente se disputó a puerta cerrada y vencieron los cataríes, pero Pablo Gállego pudo tachar de la lista de los sueños el vestir de nicaragüense en tierras españolas.
Un tipo valiente y sonriente. Cuerdo y trabajador. Humilde y cercano. Un extremo diestro veloz y descarado en el 1vs1. Pasó por etapas complejas, pero el fútbol le ha enseñado a ser autónomo y a primar, por encima de todo, su salud mental. A veces, un único clavo basta para estabilizar una estructura que parece que se derrumba. Y el clavito que clavó Pablito fue Nicaragua.
Imagen principal vía: Propia
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