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El capricho del odio

¿Qué ha cambiado en nosotros, los aficionados, para que el fútbol se perciba de una manera diferente? ¿Qué es lo que nos ha hecho cambiar?

El deporte es una manera maravillosa de descargar y destensar nuestra ira interior. Ser de un equipo y apoyarlo, es una manera de vivir la vida, con sus victorias y sus derrotas. Cada una de esas victorias y derrotas, son pequeñas historias dentro de una narrativa gigante, que no sólo nos cuentan hazañas y decepciones, sino que nos hace partícipes de ellas. Nos hace tener cierto sentido de pertenencia a algo más grande que nosotros.

También es parte de la vidilla del deporte, la conversación de bar, entre dos o más personas que no han estudiado nunca el juego y que tampoco les interesa eso, sino más bien la polémica y el comentar impresiones. La conversación que tiene un par de cañas de por medio y una tapa de aceitunas.

Creo firmemente que esa es una de las respuestas a la vetusta y compleja pregunta de, ¿por qué es tan famoso el fútbol, y no cualquier otro deporte como el baloncesto o el rugby? Para que un deporte sea factible, debe ser accesible para todo el mundo. Popular, que todo el mundo pueda ver, y que todo el mundo pueda opinar. No tan frenético, y que permita ese intercambio de impresiones entre cada clímax del partido. Que también de paso a la polémica, a las tertulias, que proporcione un aura especial a los que conforman ese cerrado círculo de la élite.

Todo esto también forma parte de la narrativa, y de hecho seguramente sea la más importante, porque es la que generará el interés, que generará las visitas, que generarán los ingresos, que generarán la riqueza suficiente, para que la comunidad se desarrolle y crezca. De eso vive el deporte. Tanto la parte buena, como la parte mala. Y es que, que sea tan accesible, también tiene sus inconvenientes.

Desde que descubrí que tenía nombre, no dejo de verlo en todos lados. Hablo del efecto Dunning-Kruger, o el síndrome del cuñado. Sobretodo en redes sociales como Twitter, donde se le da a cualquier persona el altavoz para hablar y opinar de lo que le de la gana, y el poder de dirigir ese mensaje a quien le dé la gana.

El efecto Dunning-Kruger puede resumirse en una frase:

Cuanto menos sabemos, más creemos saber.

Este síndrome del cuñado, se da casi cualquier ámbito, siendo más notable en la política, por ejemplo. Pero en el deporte, y más concretamente en el fútbol, crea un ambiente muy tóxico, sobre todo cuando cierta gente habla de cierto tipo de jugadores.

Ha pasado algo, en los últimos diez años, que ha hecho cambiar las expectativas que tiene el espectador de los jugadores, y que ha cambiado también el trato y la opinión que se tiene generalmente hacia ellos. Una de esas causas, podría ser la inmediatez que nos ha generado la integración de las redes sociales y la informática en general. Otra causa también podría ser la aparición de videojuegos y simuladores, como el FIFA, que reducen a todo jugador a dos números. Uno que mide lo que es, y otro, que es lo más importante, que mide lo que va a ser, su potencial. Con exactitud.

Estos dos factores, cuando se juntan, hacen que las expectativas de algunos aficionados de algunos jugadores, estén por las nubes. Porque lo reducen todo a un par de parámetros numéricos. Hacen que lo queramos todo ya, y que esté al máximo de su potencial ya, y si no cumplen esas expectativas monstruosas, nos produce frustración, así que lo desechamos y vamos a por el siguiente.

Más concretamente, hablo de la afición del Real Madrid. Muchos creen que la filosofía que rodea al madridismo es: tenemos que ganar siempre. Consigna autoexigente que te empuja hacia tu máximo nivel, y que parece buena y útil. Pero deja de parecerlo, cuando si no se gana siempre, surge esa odiosa pataleta irracional propia de un bebé todopoderoso que crea y destruye a su antojo.

Está bien, como motivación y para fijarse cierto objetivo de superación, el exigirse a uno mismo ser su mejor versión todos los días. Y obviamente no me refiero a aquellos que, simplemente, no están conformes con la situación de su club, y lo argumentan con su propia lógica.

No se da ni un mínimo de margen a jugadores jóvenes de mejorar, ni se da ningún margen a jugadores veteranos a empeorar. Y aunque a veces aciertan señalando a algunos componentes de la plantilla, no se reflexiona ni se emplea ninguna lógica a la hora de intentar comprender por qué las cosas son así o una planificación de futuro.

Se pone demasiada presión sobre los hombros de niños que no deberían de tener. Se les juzga más por lo que podrían ser y no son, que por lo que son y aportan actualmente. Y pasa lo mismo con los más veteranos, a los que se juzga por lo buenos que fueron y que ya no son, lo que produce decepción tras decepción, y finalmente, frustración. Es extraño, no se valora al ahora porque se valora el futuro, pero no se consiente al ahora transformarse y evolucionar en ese futuro. No se permite crear esa narrativa alrededor del deporte. Ese misticismo y esa leyenda romántica, queda empañada por los números y los parámetros.

Para apreciar a tu equipo, hay que saber criticarlo. Y para poder criticar a tu equipo, tienes que saber apreciarlo. Eso es lo que le da vidilla al deporte y a la competición. El romanticismo de antes. La polémica de siempre.

Y el desemboque que produce en muchísimas personas es en el odio, odio hacia personas a las que no se conoce, y a las que eliges odiar en redes por capricho. Es fútbol, no es de vida o muerte. Unas veces se gana y, afortunadamente para el madridista, muy pocas veces se pierde. Hay que aprender a no tomarse las cosas tan en serio y a disfrutar de las historias que te cuenta tu equipo en cada partido. Sí al debate de bar. No al capricho del odio.

 

Imagen principal vía: La Tribuna Madridista.

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