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Batallas del deporte español: «Un llanto para la esperanza»

Relato de un derrota dolorosa, pero esperanzadora para el aficionado español

«Jugamos como nunca, y perdimos como siempre». Aquel tópico siempre acechaba en cada torneo de selecciones nacionales cuando el pueblo español se disponía a presenciar una nueva guerra desempeñada en el césped. Las continuas derrotas otorgaron un pesimismo permanente hacia las expectativas del combinado nacional.

Se normalizaba hasta el punto de que padres y abuelos asistían con altas cargas de anestesia a una historia interminable. Por otra parte, mi rostro representaba a aquel niño enamorado a primera vista por unos colores rojigualdos representados por unos locos bajitos. Iker Casillas, Carles Puyol, Pablo Ibáñez, Sergio Ramos, Marcos Senna, Cesc Fábregas, Xabi Alonso, Xavi Hernández, David Villa, Joaquín, Fernando Torres, Raúl González o Luis García, entre otros, eran embajadores de un sentimiento ya más que consolidado.

Su silencio y concentración mientras escuchaba el himno eran el hilo conductor que conectaba con un niño que apenas había llegado a los ocho años en el mundo finito. La ilusión de un niño que imaginaba encontrarse con aquellos bajitos idolatrados acechaba, pero los nervios imponían la realidad. Había que concentrarse y, sobre todo, unir el corazón con mi entorno que convivía con la misma energía.

De repente, me ponía en la piel de un entrenador que representaba el sufrimiento, Luis Aragonés. Su silencio se expandía hasta en una mesa que había cambiado la conversación jovial entre manchegos y cordobeses por el silencio ante un sentido común. El murmullo finalizó cuando se pitó penalti y canté el gol de Villa con moderación. Tenía una hermana pequeña que lloraba sin descanso cuando voceaba el personal porque la energía nos hacía sonreír.

Sinceramente, mi efusividad ante el tanto disminuyó porque desconocía la mentalidad de un país. Aquellas almas que colorearon Hanover de rojo y amarillo animaban de manera escéptica, ya que el fatalismo y el pesimismo recordaba como la Historia todavía no nos había dado un Mundial.

Los galos olían semejante miedo o, mejor dicho, falta de experiencia para mirar a los ojos y medir las fuerzas. La veterana Francia midió perfectamente los tiempos para minar la moral con el empate de Ribery al filo del descanso. Entendí que el rival no era moco de pavo y, sobre todo, que ganar un Mundial suponía librar una feroz batalla.

Los españoles demostraron que era importante sacar su espíritu guerrero durante la segunda parte. Su principal propósito era morir en el campo, lo que me llenaba de orgullo, pero algo me decía que los Zidane y compañía tenían un as bajo la manga. Su desarrollo en competiciones era mayor con respecto al de los españoles y se demostró en los minutos finales.

Mundial 2006: España 1 - Francia 3
El Mundo

Thierry Henry demostró sus dotes para el arte dramático y el árbitro pitó falta. Zinedine Zidane supo sacar su magia para que el balón cabecease en la cabeza de Viera y pusiera el 1-2. Era el golpe necesario para que el espíritu guerrero español se descontrolase y se impusiera la serenidad. El galo al que querían jubilar encontró su momento para galopar, regatear a Puyol y marcar el tercer tanto a su amigo Casillas.

Aquel «España está eliminada» por parte de Carlos Martínez supuso el espaldarazo definitivo para que las lágrimas empezasen a brotar. Nuestros amigos, Rosa y Rafa, contemplaban tiernamente como la ilusión de un niño se enfrentaba ante una cruel realidad, mientras mi madre y mi prima sonreían tímidamente para expresar empatía hacia mi trauma.

Mi cuerpo se encontraba exhausto y triste, pero con ganas de abrazar a los caídos. Los integrantes se abrazaban para compartir una frustración delatada por rostros decaídos, pero con miradas y unos brazos dirigidos a levantar el ánimo. La unión imperaba a pesar del descalabro, haciendo entrever que el equipo volvería a ganar. Se grabó en mis ojos la ternura entre ellos sobre el césped.

Había esperanza por la unión de un vestuario, pero pesaba el «esto es lo que hay» tatuado por mi familia. No es que tuviesen una naturaleza tóxica, simplemente sufrían el «síndrome de Estocolmo». El secuestrador había sido una prensa más proclive a ensalzar el espíritu del Real Madrid a la esencia respirada en la selección. Una mentira se termina convirtiendo en verdad cuando se repite hasta la saciedad.

Sería injusto considerar que la parroquia madridista odiase a la selección. Precisamente el Real Madrid conquistó al fervor popular cuando España necesitaba apertura internacional que llegó gracias a las  seis Copas de Europa. Copan los titulares y es la gallina de los huevos de oro para captar titulares. Su mentalidad parece secuestrar la diversidad de criterios deportivos, ya que los blancos compiten semanalmente, y la selección de higos a brevas.

Guste o no, el Real Madrid tiene una masa social con la que se pueden fichar a los mejores jugadores del Mundo, pero la selección obliga a digerir mejor las derrotas y otorgarle mayor valor a las victorias. El seleccionador debe elegir a aquellos jugadores que se encuentren con mayor estado de forma en el fútbol español.

La mayoría de ellos no gozan del estatus de galácticos como Beckham, Ronaldinho, Zidane, Messi o Ronaldo. No venden tanto y el combinado nacional no es flor del día a día. Pero si Ucrania gana 4-0, la ilusión es desbordante hasta el punto de irse de la lengua. La humildad son los Reyes Magos, ya que se jubila a Zidane antes de jugar el partido. Por tanto, suben las expectativas, la caída es mayor y asumimos el golpe. Lo sufrimos tanto que no termina por doler.

La preferencia hacia españoles dispuestos a llevar el orgullo de su bandera hasta la gloria desde su genio acecha. Fue cuando mi padre, a falta de pocas horas por cumplir los 38 años, me condujo hacia la habitación. Dio una palmada en la espalda, fijó sus pupilas esféricas y transparentes sobre mi cara, haciendo que se agachara y dijo: «tranquilo, tenemos a Fernando Alonso».

Sonreí, no porque mi padre me quisiera comentar que había un español amante de su pasión que lleva su país a lo más alto. Simplemente, mis lágrimas dejaron de brotar. No solamente porque las pisadas de mi madre cargaba un helado y una tarta para celebrar un cumpleaños, también porque el asturiano era un horizonte para la esperanza. Si él triunfó en un deporte exótico, ¿por qué este grupo tan unido no podría hacer lo mismo? Las lágrimas eran de esperanza, sobre todo para el principiante.

 

Imagen principal vía: RFEF

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