Artículo que recuerda cómo acechó el espíritu de la Fórmula 1 a mi vida durante el año 2005.
«Menuda vejez me vas a dar, Avelino». Suele decir mi madre a mi pare alzando la voz, pero con un aspaviento de manos que definen sus dotes para el arte dramático. Ocurre cuando mi padre cuenta repetidamente algún recuerdo del pasado mientras su paladar saborea la textura y el áspero, pero adictivo sabor de un queso manchego.
Mi pareja, Laura, lo llama «estar chocho», al igual que mucha otra gente. Afortunadamente, la mentalidad les cambia cuando sonríen porque sus respectivos padres narran sin cesar sus batallitas. Enamora percibir cómo un ser querido disfruta reviviendo momentos destinados a convivir con la eternidad.
La Fórmula 1 tampoco pasa inadvertida, sobre todo cuando España comenzó a saborear el placentero caviar a finales del siglo XX. Al fin y al cabo, países como Gran Bretaña, Alemania o Brasil están acostumbrados a celebrar títulos como si estuviesen comiendo pipas. Es ley de vida.
Qué victoria la de aquel año
Ciñéndonos a la Fórmula 1, no hay nada más excitante como el primer título mundial de Fernando Alonso. Antonio Lobato y Pedro Martínez De la Rosa lo saben, no solamente por haber expresado su pasión desde la cabida de comentaristas, también por haber contagiado una pasión.
Aquel instinto competitivo brotó sobre mis entrañas. De repente, no llevaba la cartera con ruedas, pilotaba un Fórmula 1 y lo llevaba a la fábrica, es decir, al colegio. Allí, los profesores eran mecánicos, pero necesité explorar para saber quiénes eran mis compañeros. La respuesta era sencilla: niños desbordantes de ilusión, dependiendo de sus niños y sus dos reyes: Real Madrid y F.C. Barcelona. Les resultaba extraño que mi latido no pivotara en el fútbol, pero sí en la Fórmula 1 y Fernando Alonso.
La sociedad española había cambiado. El tiempo se paraba en cada domingo cuando un coche azul y amarillo conducía sueños. Cada trazada visualizaba aspiraciones en miles de seguidores leales. Eso era amor a los valores que deparaban la Fórmula 1, Ayrton Senna, Ferrari, McLaren, Fernando Alonso, entre otros genios. El arte de conducir bajo la lluvia explica que un gran piloto necesita anticipación, equilibro y paciencia.
Mi abuelo fue el principal afectado en esos valores contagiosos. Nunca han dejado de repetirme que fui su ojo derecho. Puede parecer un argumento simple, pero los hecho hablan por si solos. Amaba el fútbol y el Real Madrid, ya que sus retinas vivieron toda la Historia del fútbol. Sin embargo, a pesar de sus cataratas, tenía vista para disfrutar con su nieto el año más decisivo de la Fórmula 1.
No tenía problema en esforzarse en ver las carreras sin conocer el significado del pit line, los neumáticos lisos o los repostajes, pero tenía la paciencia de ver brillar mis ojos con las carreras, el equilibro para contener la alegría o el enfado si Alonso fallaba y la anticipación para predecir qué pilotos sembraban el mal. Quince años más tarde, la pandemia se lo llevó por delante la misma semana que el asturiano confirmó su vuelta a Renault. Querido destino, ¿Cómo puedes ser tan caprichoso?
Imagen principal vía: Wikipedia Commons
Síganme en @victor9715 y sigue toda la actualidad deportiva en @Vip_deportivo en nuestro Facebook Vip Deportivo e Instagram @vp_deportivo.
Descubre más desde VIP Deportivo
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.